Día y noche de la comunidad transgénero

Carla duerme hasta tarde porque trabaja hasta las infinitas horas de la madrugada. En su mesa de noche la imagen de un santo protector se esconde detrás de media botella de aguardiente a medio terminar, collares, aretes, anillos, delineador y un brillo labial aparecen desordenados junto a la botella.

Día y noche de la comunidad transgénero

Día y noche de la comunidad transgénero 1024 575 BIP Barbacoas

La calle ha convertido a dos mujeres en hermanas aunque poco sepan la una de la otra. Comparten algo mucho más potente que la sangre, comparten la urgencia de sobrevivir cada día, de no dejarse vencer por el miedo y de brillar con luz propia. Relato sobre las nuevas formas de familia en la comunidad transgénero de Barbacoas.

Familia es aprender a limpiarse mutuamente las heridas

Carla duerme hasta tarde porque trabaja hasta las infinitas horas de la madrugada. En su mesa de noche la imagen de un santo protector se esconde detrás de media botella de aguardiente a medio terminar, collares, aretes, anillos, delineador y un brillo labial aparecen desordenados junto a la botella. Dentro del cajón hay más collares, piedras preciosas de fantasía, una caja de pestañas postizas, un set de hilos dorados, una tijera, una navaja y la fotografía descolorida de dos mujeres y un niño de 7 años frente a una iglesia de barrio. Debajo de todo, escondido en una media, hay un rollo apretado de billetes que suman 580.000 con un papel que dice “cirugía”. Su vida se resume en esos objetos acomodados al azar, como sus pensamientos.

Carla todavía tiene fresca la cicatriz en las costillas de la última pelea que tuvo en la calle. Una que casi le cuesta la vida, pero al final solo le costó una botella de guaro y una caja de cigarrillos. Afortunadamente el puñal que por poco rompe su pulmón derecho no entró con tanta fuerza y Yuliana, la agresora, tampoco tenía tanta rabia como para matarla. Al fin y al cabo, ambas son como hermanas, la calle las unió en un lazo fraterno y a fuerza de lágrimas, gritos, guaros y cuchillo, han creado una relación que es tan fuerte como inexplicable. 

Carla y Yuliana tienen muchas cosas en común y en otras se complementan: a una le gusta diseñar y confeccionar su propia ropa, la otra sabe de tratamientos naturales para que la piel no revele las horas de trasnocho, humo y licor. A una la educaron en una institución educativa en Manrique, en donde hizo hasta sexto grado. La otra fue a la escuela rural de una vereda del nordeste antioqueño, allí alcanzó a terminar el octavo grado. Una ya se hizo el implante de mamas, la otra apenas está ahorrando para la cirugía. En común tienen el hecho de haber nacido en un cuerpo que no las representa. También el hecho de que sobreviven noche a noche ofreciendo ratos de amor en la calle Barbacoas, del centro de Medellín. 

La politóloga Victoria Strauss afirma en su tesis de grado que las mujeres trans se ven obligadas a encontrar estrategias para “proteger, salvaguardar, o reducir la violencia que experimentan a diario, no sólo en del ámbito laboral, educativo, de salud, social y político, sino también el familiar, ya que muchas de ellas afirman haber sido víctimas de estigmatización, burlas, abuso sexual y rechazo por parte de su círculo familiar, que si bien, les ha afectado negativamente en su vida, también ha permitido el desarrollo de su fuerza interior y gracias a ella han podido afrontar los retos preexistentes en torno a su persona”. 

La familia que se tiene

La comunidad transgénero se ha visto forzada a establecer lazos filiales que se salen de la lógica convencional a la que está acostumbrada la mayoría de la población. La familia para este colectivo es un concepto lleno de luces y sombras, especialmente de sombras. 

Según los psicólogos Sebastián Jaramillo y Mirian Hinestroza, autores de una tesis sobre la influencia de la familia en la consolidación de la identidad transgénero en Medellín, el primer grupo de socialización de cualquier individuo es el de su entorno familiar. “Esto proporciona unas configuraciones relacionales muy particulares, en donde se encuentran los roles, las dinámicas de relación y las jerarquías, que permitirán expresar esa identidad que el sujeto desea expresar o, por el contrario, la familia se convierte en un represor, castigador que no permite consolidar esa identidad que el sujeto desea mostrarle al mundo, siendo así la familia el primer lugar de transfobia”. 

De acuerdo con su investigación, los roles de género establecidos en el ámbito familiar definen la percepción de sus miembros y la manera como se desarrollan las relaciones . “Se habla del rol instrumental, asignado a los hombres y el rol afectivo asignado a las mujeres. Estos roles son las diferentes conductas esperadas a nivel familiar, social y cultural. También se habla del rol de la centralidad, que se da cuando los padres exaltan de manera constante a su hijo o hija por sus logros. Sin embargo, cuando el hijo no cumple con las expectativas deseadas, se convierte en un rol periférico porque comienza a alejarse de la familia. Es aquí cuando surge la pregunta de qué ocurre con una persona con una identidad distinta a la deseada por los miembros de la familia. El individuo busca un sentido de pertenencia a ese primer grupo de socialización pero también desea expresar su propia individualidad”. 

No será sorpresa para nadie que el primer rechazo que experimentaron en su vida Carla y Yuliana vino de parte de las personas que conformaban su círculo más cercano. La burla, la discriminación, el maltrato y, sobre todo, el abuso, porque cuando estaba latente y apenas se formaban los parámetros de identidad en estas dos mujeres, ellas lo conocieron de cerca. Carla, por ejemplo, tiene un tatuaje en el muslo que simboliza las 43 veces que fue violada por sus tíos cuando todavía era un niño. Cuenta también que a los 15 años le habló a su familia de estos abusos, pero que no le creyeron o que, sencillamente, a nadie le importó. “A pesar de eso, yo le digo a mis sobrinos que cuando alguien les vaya a hacer algo inmediatamente hablen, que le cuenten a un adulto y no dejen que eso suceda. A mí me violaban y yo contaba pero nadie me creía, pensaban que como yo era un niño gay me estaba inventando esas cosas, espero que las cosas ahora hayan cambiado un poco”. 

Ella habla de sus sobrinos, de sus primos, de su hermana -a la que adora- del resto de parientes que siguen siendo parte de su entorno, pero con quienes tiene una relación frágil y condicionada: “Cuando uno es trans y le toca dedicarse a la prostitución, tiene que dejar de pensar en papá, en mamá o el resto de la familia. Después de que salimos de nuestras casas, las familias sólo nos ven con un interés monetario: ‘¿Qué regalo me trajiste, cuánta plata me vas a dar?’ El día que hay plata y llevas cosas a la casa, te abren la puerta y todos te dan la bienvenida ‘prima querida ¿Qué se va a tomar? linda, hermosa, no mata una mosca, ni es puta, ni nada’. Pero el día que deje de hacerlo, el día que uno tenga una enfermedad, que no tenga un peso, o esté en problemas, simplemente le dicen a uno que se desaparezca. Cuando uno va donde la familia, la visita no puede pasar de dos o tres días y, sobre todo, hay que hacer mucho oficio, cocinar y atender. Si uno se queda acostada, ‘ahí está esa vaga hija de puta’”. 

La politóloga Victoria Strauss afirma en su tesis de grado que las mujeres trans se ven obligadas a encontrar estrategias para “proteger, salvaguardar, o reducir la violencia que experimentan a diario, no sólo en del ámbito laboral, educativo, de salud, social y político, sino también el familiar, ya que muchas de ellas afirman haber sido víctimas de estigmatización, burlas, abuso sexual y rechazo por parte de su círculo familiar, que si bien, les ha afectado negativamente en su vida, también ha permitido el desarrollo de su fuerza interior y gracias a ella han podido afrontar los retos preexistentes en torno a su persona”. 

La exclusión y el rechazo hacen parte de la cotidianidad para este colectivo. Incluso en los países desarrollados, con un esquema sociocultural que reconoce los procesos de inclusión , con legislaciones orientadas a la protección de sus derechos, la discriminación es pan de cada día. En Colombia, la experiencia vital de estas mujeres está tocada por la desesperanza. “Las mujeres trans son víctimas sistemáticas de exclusión social, se les niega la entrada a instituciones educativas y a centros de salud en muchas oportunidades, por la falta de personal médico y docente capacitado para tratarlas, la ausencia de rutas institucionales claras que permitan el acceso a la salud y a la educación, y por los tratos discriminatorios a los que se ven sometidas, desencadenando niveles de marginación realmente considerables desde edades muy tempranas”, agrega Strauss. 

Esta investigadora explica que con la frase “me puse los pantalones y salí al ruedo, se describe el empoderamiento y la fortaleza que exhiben las prostitutas transgénero en la cotidianidad de su trabajo. “Todos los días salgo con esa disposición de laborar, de salir adelante, de crecer en mi vida, no de crecer en la sociedad, de crecer en mi vida, porque la sociedad sólo destruye” afirma una de las entrevistadas en su tesis. 

”El ruedo” es la calle, es el espacio para mostrar la identidad construída y deconstruida a partir de las experiencias que estas chicas acumulan desde muy pronto en la historia de sus vidas. Es la identidad con la que se sienten como son y con el nombre que se nombran: Carla, Yuliana, Daniela, Lorena, Alison o Stephanie, salen al ruedo vestidas, maquilladas, hermosas.

La falta de oportunidades, la necesidad de ingresos y, al tiempo, de reafirmar su identidad, hacen que la prostitución sea la primera y única opción. Así fue para Lorena, quien tenía 13 años cuando se cansó del abuso en su casa y empezó a construir su presencia en la calle. Y fue allí que empezó a conocer a su nueva familia. 

La nueva madre

Lorena narra con delicadeza su historia, no hay en su voz matices de tristeza, al contrario, sabe contar con gracia cada anécdota, le gusta reírse de sí misma. Su presencia irradia buena energía. Tiene los ojos negros, rasgados y expresivos. Su boca está perfectamente maquillada y es marco de una sonrisa color de luna llena. Es elocuente con las palabras, también habla con las manos.   

“Empecé a trabajar por el sector de Sandiego. Al principio era muy tímida y me hacía detrás de unos camiones, no sabía nada de cómo funcionaba este mundo, solo supe que quería verme como las mujeres que se paraban por ese sector, que se vestían hermosas, llenas de accesorios y que ganaban buena plata. Apenas llegué allí conocí a una amiga, ahora hablo de su cuerpo y no de su alma porque ella ya no está entre nosotros. Ella me enseñó todo, me dijo como me tenía que vestir, maquillar y cómo tenía que hacer para llegarle a los clientes. Ella me enseñó a ser la persona que soy, a recibir las burlas, a manejar la crítica. En ese momento tenía 13 años y estaba cansada del abuso por parte de los hermanos de mi mamá, entonces encontré en ese lugar lo que yo quería hacer con mi vida. Luego de unos días en ese sector, nos vinimos al centro y al poco tiempo ella me dijo que a mí nadie me iba a tocar y que nadie se iba a meter conmigo. Ella se convirtió en mi madre, desde ese momento”. 

Cada chica transgénero que trabaja en la calle debe tener una madre, y con ella llegan las hermanas. La maternidad que se configura en este colectivo es explicada por Victoria Strauss con la presencia de actores -madres- que empatizan porque han transitado el mismo camino. “En la vida de estas mujeres trans trabajadoras sexuales existen diversos actores o figuras que las influencian positivamente a continuar su lucha en oposición a la violencia policial, institucional y el abuso de poder que oprime, viola y arremete contra la dignidad de su persona. De hecho, estos actores han sido parte esencial en el proceso de nombramiento y reconocimiento del que esperan sea pleno y amplio, tanto personal como públicamente, desde un punto de vista emocional, puesto que han estado presentes como un sistema de apoyo infaltable para cada una de ellas”. 

Victoria retoma las palabras de Alison para describirlo: “Hay mujeres que llevan años (en determinado sector) y me ha tocado presenciar a algunas madres defendiendo a las que ellas llaman hijas de calle o hermanas de calle que dicen: no me toque esta marica porque esta marica es mi hija y por ella me hago matar. Una madre es esa trans grande, generalmente muy adulta, que tiene experiencia, que tiene calle y que está dispuesta a ser una aliada para otras mujeres trans en cualquier momento, y que de igual forma es beneficiada por el trabajo de la chica nueva que llega al sector a trabajar”.

Como en la mayoría de contextos sociales, la madre resulta imprescindible para la supervivencia, el desarrollo y el aprendizaje. Ayuda a crear vínculos, promueve lazos entre ellas, fomenta nuevas hermandades, advierte sobre los riesgos y enseña a combatirlos. Todo eso, también tiene un precio. “No se puede dejar de lado la retribución económica que hace parte de aquella relación, pero incluso, a pesar de esa retribución, se logran sentimientos de hermandad, cuidado y respeto por la trayectoria que esas madres han tenido. El término de madre en Palacé-Barbacoas es muy importante porque genera seguridad y tranquilidad a la hora de estar expuestas en la calle”.

Y la conformación de esas nuevas formas de familia trae implícito aquello que pasa en todos los microcosmos sociales y familiares: que son vulnerables siempre, a veces autodestructivos, llenos de críticas ensordecedoras y de tropeles medievales. 

“Este es un mundo de depresión -dice Lorena-. Yo las conozco a todas, entre más bonitas se pongan más deprimidas van a vivir. Además, hay una competencia muy fuerte. Si aquella se puso muy bonita yo también tengo derecho, tengo que ser más bonita que ella. Se da una competencia, las trans no tenemos amor propio, siempre estamos mirando el defecto en la otra. Y eso es triste, porque aquí todas estamos muy solas, deberíamos decirnos las unas a las otras, ‘ve, mi amor, eres divina’, resaltarnos lo bueno sin pensar en lo malo, debemos confiar las unas en las otras”. 

Con una sonrisa enorme y entrecerrando los ojos, Lorena dice que en el barrio todas se conocen, se saben los secretos y los temores. “Una habla de la otra, la otra habla de la más allá. Es un círculo vicioso, una pelea con la otra, y luego con aquella. Pero al fin y al cabo, siempre vamos a estar juntas. Por mucho que peleemos, y que nos demos cuchillo, al otro día vamos a estar juntas, porque estamos solas, nos pedimos disculpas, nos abrazamos, nos damos besos, destapamos una botella”. 

Con cada pelea llega una reconciliación. Así como la que viven sistemáticamente Carla y Yuliana, que son hermanas de calle. En la última pelea que tuvieron volaron pelucas, billetes, cuchillos, tacones y madrazos. Pero después de eso, el amanecer las sorprendió saliendo de urgencias juntas, dos horas después estaban haciéndose las curaciones y compartiendo la caja de antibióticos.