Una de las tres obras que hace parte del proyecto de investigación Prácticas de Resistencia y Valores Identitarios en Barbacoas, es la performance que relata el contexto profundo de un oficio que es marginal, juzgado y discriminado y no por ello deja de ser un potente retrato de la vida en la calle.
Sobrevivir es todo lo posible.
La transgresión, el emplazamiento, la topografía. La infinidad de emociones, el miedo de mil caras, miedo invisible, pero palpable. La pinta, la cara maquillada, el alma desnuda, pero escondida. La piel que se viste de otras pieles, propias o ajenas. Espectáculo, sorpresa, indignación, perplejidad, resistencia. Todo en una constante, la de unas horas expuestas a la noche, a través de un vehículo artístico llamado performance.
Se hace transgresión porque desde su esencia la performance busca romper la cotidianidad de un espacio que, por naturaleza, hiere sensibilidades. Además, porque es la representación de la prostitución transgénero, una lucha incesante en Barbacoas, una realidad llena de matices a la que nadie parece acostumbrarse completamente. Se habla de emplazamiento porque el artista traslada una cama al centro de la vía por la que pasan las personas con sus preguntas, sus juicios y su perplejidad. La cama sale de su contexto habitual lleno de historias fugaces y escondidas, al escenario urbano de un sábado cualquiera al final de la tarde.
Una cama. Mil y una vidas, es el título que el artista e investigador Stiven Bohórquez otorga a la performance que hace parte de las obras de cocreación definidas durante el proyecto. Para él, el nombre de la obra carga con un peso simbólico porque a través de ella se representan “mil vidas en una sola acción” que es, a la vez, una dinámica de resistencia y una forma de pervivencia en Barbacoas. Así como algunos se la rebuscan con ventas ambulantes, otras personas se mantienen y resisten mediante la prostitución transgénero, afirma.
“Lo que intento con esta obra es cuestionar lo que aparentemente se ha hecho invisible para el ciudadano común y es todo lo que existe detrás del ejercicio de este tipo de prostitución. Las dinámicas identitarias, los enfrentamientos emocionales, las problemáticas de violencia, todo lo que hay detrás de este oficio y, precisamente, hay un elemento muy curioso que lleva a titular la obra y es que con esta prostitución existen mil vidas e identidades diferentes. Otro asunto particular es que el consumidor de la prostitución transgénero es un ente anónimo, que está al margen de la luz.
“La obra instala una cama en mitad de la calle Barbacoas, la cama en otro sitio no hubiera cobrado ningún valor, allí está el sentido, asegura el artista. Pero este proceso no estuvo libre de los sobresaltos que acompañan la tarea de creación”.
De alguna manera, las personas que se acercan a Barbacoas y pueden devenir en ‘monstruo’ y en la oscuridad se pueden convertir en el personaje que no pueden ser públicamente. Allí suceden encuentros sexuales sin ningún tipo de conexión emocional y sin ninguna identidad. Las personas nunca dan su nombre, no muestran su rostro, hay temor social, porque pese a la ola progresista que vivimos, la homosexualidad y la disidencia sexual siguen siendo satanizadas por la sociedad”.
La performance instala una cama en mitad de la calle Barbacoas, la cama en otro sitio no hubiera cobrado ningún valor, allí está el sentido, asegura el artista. Pero este proceso no estuvo libre de los sobresaltos que acompañan la tarea de creación.
“Mi objetivo era sacar una cama de un espacio de prostitución, emplazarla frente al hotel Majestic y proceder a una acción in situ. Sin embargo, cuando comienzo el ejercicio de creación empiezan a darse situaciones normales en cualquier proceso artístico. Una de ellas fue enterarme de que los moteles del sector no tienen camas, sino estructuras de cemento sobre las cuales se pone un colchón.
Buscando salidas para realizar la obra contacté a Santiago, un chico del sector que trabaja con maderas y él es quien fabrica la cama. Luego yo busco un colchón de uno de estos inquilinatos y ahí se dio otro problema, porque inicialmente había acordado con uno de los propietarios de un motel que yo le donaba un colchón nuevo con la condición de que él me diera otro usado del lugar, pues me interesaba el colchón sacado de ese espacio, que tuviera un montón de asuntos y valores simbólicos alrededor.
Pero resulta que cuando iba a ejecutar la performance el dueño del inquilinato lo había vendido y el nuevo propietario había botado los colchones viejos, que a mí me interesaban. Entonces le solicité que me dejara meter un colchón que yo tenía y que le diera uso durante una cantidad de tiempo definida, para luego hacer la performance. Finalmente, el colchón que usé en la obra estuvo alrededor de un mes en el inquilinato”. puntualiza Stiven Bohórquez.
Qué ganas de incomodar
La interacción del artista con la obra plantea una relación honesta, consentida y calculada. Su búsqueda queda resuelta en la medida que su presencia en el espacio bajo las circunstancias establecidas por la obra, pudiera incomodar, incluso, a quien se ha acostumbrado a transitar día y noche el perímetro de Barbacoas y cruzarse con esas habitantes exuberantes, ansiosas, escandalosas, que venden pasión a cambio de un día más de subsistencia.
“Lo que hago al momento de la obra es emplazar la cama en la calle. Lo hice un sábado, porque me interesaba incomodar a los transeúntes y habitantes del sector y ese día es de mucho tránsito por allí. La performance es la analogía de una prostituta transgénero en el espacio, que la mayoría de las personas fuese afectada, es decir, entre más incomodara a la gente, mejor. Yo quería incomodar porque eso es lo que pasa con la disidencia sexual: una mujer transgénero siempre irrumpe de una manera absurda en el espacio público, cuando llega a cualquier parte todas las personas la miran, hablan de su presencia, es decir, continúa siendo un asunto de puro morbo”, explica el artista Stiven Bohórquez.
La disrupción se logra al romper con la cotidianidad del sector, pues aunque para los residentes la prostitución trans se ha vuelto paisaje, la aparición de una cama en la mitad de la vía causaría un efecto sorpresa. “Yo llego al espacio a las 6:00 de la tarde, la hora más concurrida del sábado. Sello la calle, emplazo la cama en toda la mitad de la vía, voy al motel, saco el colchón y preparo el espacio: con sábanas, almohadas y demás. Encima de eso puse la ropa de chicas transgénero que me dieron para hacer el montaje. Con ese montón de ropa de diferentes mujeres trans se simboliza la suma de muchas vidas, porque es la representación de un montón de identidades. Por ejemplo, tengo la ropa de una chica trans y, a su vez, es la ropa de una chica trans cuando hacía las veces de hombre, un pantalón, una chaqueta…”.
La piel se desnuda y se llena de otras pieles
Se instala la cama, se llena de ropa, el artista recorre semidesnudo el área de intervención. Se pone, una a una, las prendas que duermen entre esas sábanas. Con cada prenda aparece una personalidad, luego otra, luego otra. Es el retrato de cada una de las dueñas de estos atuendos, se sube a la cama. “Me pongo una falda rosada, luego sobre la falda un pantalón, en el pecho me pongo una camisilla, una camisa, una chaqueta, me quedo con la ropa encima y luego me acuesto en la cama. El objetivo era quedarme dormido durante ocho horas, el equivalente a un horario laboral”, narra Stiven Bohórquez.
Y la naturaleza de la performance va indicando también que es arbitraria, que se domina a sí misma y que define sus tiempos. Por eso, la acción sobre esa cama con mil y una vidas, no necesitó las ocho horas planeadas, sino que se fue frenando a fuerza de otras acciones, las del miedo, las de la tensión y la confrontación. “A la mitad del tiempo estimado para la performance, llegan personas al margen de la ley del sector a cuestionar lo que está pasando. A raíz de ese incidente decidimos terminar la intervención, porque se estaba poniendo muy denso el espacio. En total estuve cuatro horas en la cama. Al levantarme, me quito la ropa e ingreso a la casa de donde inicialmente salí”, explica el artista.
El propósito se logra, pese a todo. Las horas se acortan pero la reflexión pervive, como perviven las mujeres que recorren las calles en busca de sustento, metidas en sus atavíos, cruzando sus almas con mil almas más. “En parámetros prácticos la obra es una invitación a la reflexión sobre el ejercicio de la prostitución transgénero a través de muchas interpretaciones, de un lado la del descanso, el hecho de que en esta cama nadie duerme, es un colchón en el que solo se tiene sexo; también la observación sobre cómo se ha naturalizado el ejercicio de la prostitución en la mujer transgénero, esto no se cuestiona, sino que hace parte del sector. Se reflexiona sobre la incomodidad que genera la figura transgénero y sobre la poética del descanso, porque hay un montón de vidas que no han podido descansar, que siempre están temerosas, ocultas”.
Stiven Bohórquez concluye que su búsqueda como artista a través de esta obra dejó un residuo muy potente. “Fue un trabajo que impactó y sorprendió, la gente miraba, murmuraba y se creaban mitos alrededor de un tipo acostado en una cama. Yo alcanzaba a escuchar a los niños que decían que estábamos grabando una película de terror, y a mi me daba risa, pero, obviamente, la gente creía que se trataba de la grabación de una película o un programa porque veían una cámara.
Estas reacciones hacen parte de la performance misma, es decir, está acción se caracteriza porque no se construye previo a la entrega, la performance se construye en la entrega. Cuando uno hace una pintura, uno la construye, la presenta y lo que queda es el juicio de valor que se hará sobre la misma, mientras que una ejecución corporal el artista no sabe qué va a pasar, uno va y ejecuta y todo lo que ocurre es tan orgánico que uno puede ir con un plan y termina haciendo todo lo contrario”.
Barbacoas, dice este creador, es un sector en donde fácilmente suceden cosas que no pasan en otros espacios de la ciudad. “El tipo que pasa vendiendo droga, la chica trans que pasa desnuda y le observas un montón de cualidades corporales que en sociedad se podrían considerar atípicas, o una persona que pasa con senos, pero, a la vez, puedes ver su pene, el jibareo, clichés que se repiten tanto como el tipo que grita: perico, ruedas, perico, ruedas. Allí pasan tantas cosas que es difícil que pase algo nuevo que sorprenda, todo está naturalizado. Por eso, la performance se convirtió en un acontecimiento que atrajo a la gente, hizo que se detuvieran observar, cuestionar, pensar, así sea para llegar a la conclusión de que soy un man muy raro, o de que nada de esto tiene sentido… el simple hecho de que se haya detenido a observar, para mí ya es ganancia”.