Santiago Larada Duque

Tiene poco más de 20 años y conoce del bien y del mal. Ha visto la oscuridad de la calle, ha probado sus sinsabores y ha sido invitado de honor a la fiesta seductora que hay detrás de la mala vida. Pero todo pasa frente a sus ojos sin que genere en él, el más mínimo interés.

Santiago Larada Duque

Santiago Larada Duque 1024 575 BIP Barbacoas

Tiene poco más de 20 años y conoce del bien y del mal. Ha visto la oscuridad de la calle, ha probado sus sinsabores y ha sido invitado de honor a la fiesta seductora que hay detrás de la mala vida. Pero todo pasa frente a sus ojos sin que genere en él, el más mínimo interés. Lo que emociona a Santiago son las máquinas, los aparatos, diseñar cosas con su ingenio, crearlas con sus manos. Lo que llena de energía a este joven es estudiar, sentarse a atender una clase de dinámica de los materiales, presentar un trabajo, investigar un circuito.

El joven que ensambla un futuro a la medida de sus sueños

Hablar de Santiago es narrar la historia de su madre, doña Alba. Le decimos doña sabiendo que es una mujer muy joven, pero los años de lucha, la búsqueda de un futuro para sus cinco hijos y el tremendo carácter que la describe, hacen que doña Alba tenga pedestal en esta historia. 

Santiago, su madre y sus cuatro hermanos hacen parte de la comunidad de Barbacoas desde hace décadas. Es una familia conocida y respetada, de la que siempre se escuchan anécdotas bonitas. Viven en una casa amplia que ofrece servicio de hospedaje por días o meses a quien lo requiera, ese es el negocio con el que Alba ha sostenido a su familia y que hoy, cuando ella sale de viaje, administran  sus hijos mayores.  Quien mejor conoce y destaca los atributos de Alba es el propio Santiago, quien siendo ya adulto afirma con la voz firme que él lo que quiere en la vida es “ser como mi mamá”. 

Para describir mejor esa manera de ser, Santiago asegura que el corazón de su mamá es inmenso. “A ella le nace ayudar a los otros, yo no sería capaz de lo que ella hace, por ejemplo, pasa por la calle un indigente que la saluda y ella lo identifica. Si algún día lo ve muy mal le ayuda, le ofrece techo, comida y baño, le da ropa, habla con esa persona, la intenta sacar del mundo del vicio. Lo que pasa es que sus intenciones son difíciles de concretar, porque esas personas tienen la mente muy corrompida, no creen en nada. Ella ha tenido varias veces la iniciativa de sacar de la calle a personas que ve muy afectadas y no le ha funcionado. Ella les dice, ‘no tires vicio, quédate acá en la casa y pórtate bien’, pero esas personas no son capaces de resistir y prefieren tirarse a la calle y volver al consumo”.

“Uno marca la diferencia en el sector y hasta los mismos manes que manejan la vuelta, o sea los jíbaros nos cuidan. Por acá dice todo el mundo que con los hijos de doña Alba nadie se mete»

Esa dulzura, ese amor por el prójimo, no sugieren el carácter de hierro con el que doña Alba ha formado a sus hijos. Lo cuenta Jorge Restrepo, el Gallero, un personaje legendario en ese barrio. “Doña Alba los ha cuidado con un rigor impresionante, ella me decía, ‘Santiago es muy serio y todo pero échele una miradita, Gallero, que no caiga en malos pasos’, y por supuesto, el muchacho nunca tuvo malos pasos”. 

“Por la casa había varias ollas de vicio, estaban La perla y otras”, cuenta Santiago. “Se puede decir que por eso yo he estado cerca del vicio, pero muy lejos de mi vida. Gracias a Dios, no he caído en ese tipo de cosas, la droga nunca me ha gustado, especialmente porque he visto los espejos de la calle, esa mentalidad tan deprimente del consumidor de vicio. Yo tengo amigos de la cuadra con los que crecí y hoy ya están perdidos en el bazuco, viviendo en la calle, o en la cárcel. En ese sentido creo que lo que más influye es el control que ejercen los padres sobre uno. Mi mamá siempre ha sido muy estricta, muy controladora, ella vive pendiente de nosotros. Lo que pasa es que ella sabe muchas cosas, sabe cómo se mueve el bajo mundo, por eso está pendiente”. 

Santiago ha vivido casi siempre en Barbacoas con sus hermanos y su mamá. Hoy los hijos mayores ya han organizado sus propios hogares, pero hay una conexión directa y permanente entre ellos. Durante una época emigraron a Venezuela y allí trataron de hacerse un lugar, como siempre, en medio de las adversidades, enfrentando todo con templanza: “Yo viví una infancia feliz porque tuve a mi mama conmigo siempre. En Venezuela conseguimos una parcela en una zona de invasión y allí construimos, poco a poco, una casita para nosotros, lo más importante es que siempre estuvimos juntos, es decir, mi mamá nunca nos ha dejado solos, ni por un hombre, ni por nadie. He visto otro tipo de madres que abandonan a sus hijos por cualquiera. Pero ella no ha sido así, ella tiene mucho carácter, desde pequeño siempre he querido ser como mi mamá, guerrera, estricta, emprendedora y frentera”.

Él va por ese camino. Un camino derechito, libre de malas mañas, alejado de los laberintos de la calle. Para este estudiante de Tecnología en Sistemas Electromecánicos, la calle es eso que pisa a las 5:45 de la mañana para ir a su trabajo. La calle es el Metro cuando sale del trabajo y va para clases en la institución universitaria Pascual Bravo, la calle es el lugar donde otros se ganan la vida honradamente, bajo el sol, escampando los aguaceros debajo del umbral de cualquier tienda. Lo sabe porque piensa en ellos, los vendedores ambulantes a quienes les elabora pequeñas estructuras de madera para que puedan salir a ofrecer sus productos. Lo que popularmente se conoce como “chazas”. 

“Tenemos una empresa familiar a la que me dedicaba antes de empezar en la empresa que estoy ahora. Aprendí a trabajar empíricamente con la madera, a sacar las tablas de las estibas, a formar con ellas productos que sean de utilidad. Comprábamos el lote de madera por peso y afuera de la casa se desarmaba, despuntillaba y se organizaba. Yo aprendí de forma empírica a hacer base camas, muebles en general y hago las chazas para los vendedores, pero también aprendí porque trabajé con alguien que fue pareja de mi mamá. Cuando la relación de ellos terminó, mi mamá se quedó con algunas herramientas y yo seguí aprendiendo a hacer todo tipo de cosas, grandes o pequeñas”.

Grandes como los muebles de una sala o pequeños como un puesto de ventas ambulantes. Si una persona llega a la comunidad con la necesidad de rebuscarse la vida vendiendo tintos, dulces, empanadas, Santiago le ensambla un puesto de trabajo y se lo vende a buen precio, y con facilidades de pago. “Los precios pueden variar según el presupuesto que tenga la persona o el tamaño de lo que vaya a vender. Creo que con eso hago un aporte para que una familia vaya ganándose la vida, que por acá es muy difícil”. 

El tiempo es libre

La influencia del Gallero en esta comunidad se ha evidenciado principalmente en las nuevas generaciones. Santiago, que ha convivido con Jorge durante varios años, gracias a que vivió en una de las habitaciones que tiene su mamá en el inquilinato, aprendió a disfrutar de los libros. “Me gusta leer, especialmente los temas orientados a lo que estoy estudiando, por ejemplo la física. Me gustan las cosas que son difíciles de entender, yo creo que eso lo he sacado de la crianza, porque me ha tocado duro, siento que no todas las personas se le miden a los retos ni a asumir las cosas cuando se ponen difíciles, pero a mí sí me gusta, no le tengo miedo a aprender, a esforzarme, a luchar. Aparte de leer, me gusta estar en la casa, llego muy cansado todos los días entonces aprovecho para descansar. De vez en cuando llevo a mis sobrinos a jugar fútbol o montar en bicicleta al estadio. Otros días, cuando mi mamá no está, me encargo de hacer el mercado y voy con ellos a comprar la comida de la semana”. 

Santiago imagina el mundo y sueña con descubrirlo, paso a paso. “Quiero terminar la carrera de ingeniería porque en la empresa me están dando la oportunidad de crecer y me apoyan para estudiar, por eso, planeo terminar la ingeniería primero, y si las cosas se me dan bien, quiero irme para el exterior a trabajar en otras partes, mi nivel de inglés no es malo, tengo ganas de aprender alemán, mi sueño es poder viajar, yo en ninguna parte me voy a varar porque tengo experiencia en construcción, pintura, estucar, pegar adobe, enchapar, yo le hago a cualquier tipo de trabajo, sé que puedo hacer una vida en cualquier parte con todo lo que sé, mientras sigo estudiando”. 

Santiago dice que Barbacoas es el lugar que lo vio crecer y hacerse la persona que es hoy. Sabe que su nombre es respetado y admirado por los vecinos. “Uno marca la diferencia en el sector y hasta los mismos manes que manejan la vuelta, o sea los jíbaros nos cuidan. Por acá dice todo el mundo que con los hijos de doña Alba nadie se mete. Ellos saben quiénes somos nosotros y que no nos gusta que vendan drogas en la puerta de nuestra casa, ni que guarden vicio frente a la casa, eso lo respetan. Además de eso, la Policía también nos conoce y nos cuida, por ejemplo, cuando cambian de cuadrante, ellos dicen, ‘vea los hijos de la mona no son los de la vuelta’. Pasan y no lo requisan a uno, hablan con mi mama, dan apoyo a lo que se necesite. Uno habla con el comandante que está de turno y uno le dice que va a hacer alguna actividad de la comunidad y dan autorización para cerrar la cuadra, todo eso es producto del respeto que nos tienen como familia”. 

Es un respeto que se han ganado a fuerza de trabajo, seriedad y corazón. En Barbacoas está el hogar de esta familia, pero es claro que en algún momento Santiago ensamblará unas alas para volar lejos e inflar de orgullo a esa comunidad.