La nueva generación de un barrio con futuro

Los niños y jóvenes de Barbacoas son sencillamente excepcionales.

La nueva generación de un barrio con futuro

La nueva generación de un barrio con futuro 800 500 BIP Barbacoas

Una generación de nuevas oportunidades crece en Barbacoas. Niños y jóvenes que están al margen de todo lo que estigmatiza a este barrio. Nacieron para ser la promesa cumplida, la felicidad de sus familias, el orgullo de una comunidad.

Las flores también nacen del asfalto

Los niños y jóvenes de Barbacoas son sencillamente excepcionales. Ellos crecen a pocos metros de un ambiente que, por decir lo menos, resulta poco propicio para la crianza. Navegan entre la infancia y la adolescencia, son los hijos de familias que están allí hace décadas para las que no existe el privilegio de tener un mejor vecindario. Están allí por las vueltas de la vida o, simplemente, porque la historia de sus ancestros está sembrada en estas calles.

La cotidianidad del barrio incluye el consumo de sustancias, la prostitución, el microtráfico y la delincuencia. No hay escuelas en el sector, no hay parques recreativos, ni espacios para el arte, la cultura o el entretenimiento. Sin embargo, este grupo de chicos tiene claras sus prioridades: “estudiar, trabajar y ayudar a mi familia”. De su barrio cuentan las buenas experiencias, los momentos de diversión, la posibilidad de ayudar a los padres, pero sobre todo, los aprendizajes que obtienen en la calle. Barbacoas ha puesto en este grupo la sensibilidad y el criterio para saber qué es bueno, qué es malo, qué aprovechan para la vida y qué van a evitar a toda costa.

“Nos juntábamos todos los amigos del barrio y nos íbamos para la cancha de fútbol de la minorista, pasábamos tardes muy agradables. Pero también recuerdo que hemos jugado en el barrio, incluso con algunos de los que son consumidores, porque ellos querían divertirse. Yo sé que pueden tener una apariencia distinta pero viven las cosas igual que nosotros, entonces mientras uno comparte, se aprenden cosas muy lindas, por ejemplo nos aconsejan que no nos dejemos seducir por las drogas y cuentan que hay ciertos amigos que lo llevan a uno por ese mal camino del consumo”.

Luisa, Paola, Santiago, Mateo y Johan son algunos de estos chicos que han crecido en medio del convulsionado microcosmos que es Barbacoas. Así reflexionan sobre el barrio, la vida y el futuro:

Santiago Larada Duque creció en Barbacoas con su madre y sus hermanos, Paola es una de ellas. Estudia Tecnología en Sistemas Electromecánicos en el Pascual Bravo. Es un joven lleno de energía que combina su tiempo de educación con la carpintería, dice que él sabe trabajar en muchas cosas. “Yo reciclo estibas para fabricar bases para camas, muebles para la sala, chazas para la venta ambulante, tendidos de tablas para las camas, hago lo que necesite la gente. Eso hace parte de una empresa familiar que funciona cuando hay pedidos, de acuerdo con las necesidades de los clientes, cuando no, pues estudio”.

Sabe que su barrio no es como los demás, pero encuentra allí todo lo que necesita. “Yo pienso que hay un beneficio muy grande viviendo en Barbacoas y es que es un sitio muy central, uno llega fácil a cualquier parte sin tener que coger bus. La desventaja es que hay mucha drogadicción alrededor, mucha delincuencia, muchos jóvenes perdidos en la mala vida. La ventaja que yo he tenido es que mi mamá siempre ha estado muy pendiente de nosotros. Además los padres de nosotros se conocen desde hace mucho tiempo y nosotros desde pequeños siempre nos hemos visto, somos muy amigos, entre todos estamos pendientes del otro. Hubo un tiempo durante el que nos separamos, pero volvimos otra vez a Medellín y retomamos otra vez la amistad en la cuadra como si nada hubiera pasado”.

Santiago cuenta que antes había más niños en el sector pero por diversas razones muchos se han ido. También habla de la migración venezolana y de que ha traído nuevas familias al vecindario, aunque no necesariamente haya mucha cercanía entre ellos. “Los niños de las familias venezolanas se mantienen jugando entre ellos, siempre se buscan entre ellos mismos, porque pensarán que hay muchas diferencias culturales, sin embargo, nunca hemos tenido problemas. Por ejemplo, mi mamá alquila habitaciones de la casa a las personas que lo necesiten y si allí llega una familia venezolana que pide ayuda, se le ayuda en lo todo que se pueda. Yo también viví en Venezuela un tiempo, entonces sé cómo es la situación. Cuando están en la casa, ellos hacen sus cosas, no se meten con nosotros, ni nosotros con ellos. Siempre respetan el espacio donde uno vive porque si son consumidores, consumen fuera de la casa”.

Santiago agradece haber tenido referentes positivos en el barrio y menciona a El Gallero y a Teresita Rivera, como dos de los más importantes. Siente que el trabajo que hacen ellos, ya sea promoviendo la lectura o gestionando recursos, es muy importante. “Todo eso ayuda a las nuevas generaciones, porque en medio de tanta pobreza, las actividades que hace Teresita permiten que los niños crezcan con otras cosas que no hay en el sector, como el arte, los libros o los regalos de Navidad”.

Este joven entiende que cualquier esfuerzo que se haga para impactar positivamente a la comunidad, se queda corto si no se establecen políticas públicas y acciones de fondo. Reconoce que erradicar las “ollas de vicio” ha sido muy importante, pero espera más. “Creo que para que haya un cambio en el sector muchas cosas tienen que cambiar, sé que es complicado porque debe haber voluntad política pero hay muchos intereses ocultos de por allá arriba… Yo no me veo por acá a largo plazo, tal vez volvería a visitar a mi mama si todavía tiene la casa aquí, pero me gustaría que ella viviera en un lugar mejor, en el que se sintiera más tranquila. Este territorio es mi casa, pero no puedo desconocer las cosas que pasan, me molesta que todos los delincuentes de la ciudad vengan a descargarse aquí en el sector”.

Luisa Fernanda Posada es la más pequeña del grupo, tiene 13 años. Su voz suave cuenta que lleva 11 de ellos en el barrio y que estudia en la institución educativa San Benito. Para ella, su barrio es como cualquier otro, dice que tiene aspectos positivos, como la cercanía a todo, lo que ella considera importante, y algunos negativos, como saber que hay delincuencia allí cerca. Pero que el ambiente en general le gusta. No sabe qué quiere estudiar, pero está segura de que seguirá estudiando para sacar a la familia adelante.

Chary Paola Duque tiene 17 años y los ojos llenos de alegría. Cuenta que ya se graduó como bachiller en Comfama y que vive en el sector desde hace 13 años. Para ella, crecer entre estas cuadras ha traído todo tipo de experiencias. “Algunas muy lindas, pero también, en ciertas ocasiones se han vivido momentos difíciles de los cuales uno aprende cosas importantes. Además, creo que el ambiente aquí puede ser similar al de otros sectores de la ciudad en donde todo está oculto, las mismas cosas pasan en todas partes, pero acá están a vista de la gente, de todo el mundo”.

Como en cualquier barrio, los chicos buscan aprovechar las oportunidades de juego. Paola recuerda que con frecuencia, a falta de canchas en el sector, se iba con los amigos a jugar a la cancha de la Plaza Minorista. “Nos juntábamos todos los amigos del barrio y nos íbamos para allá, pasábamos tardes muy agradables. Pero también recuerdo que hemos jugado en el barrio, incluso con algunos de los que son consumidores, porque ellos querían divertirse. Yo sé que pueden tener una apariencia distinta pero viven las cosas igual que nosotros, entonces mientras uno comparte, se aprenden cosas muy lindas, por ejemplo nos aconsejan que no nos dejemos seducir por las drogas y cuentan que hay ciertos amigos que lo llevan a uno por ese mal camino del consumo”.

Ella también ha recibido a muchos venezolanos de su edad en el barrio. Y lo disfruta porque “se aprende de culturas diferentes, cosas que no sabía de Venezuela, incluso de otras partes, por ejemplo a mi casa hace poco llegaron unos cubanos, hice muy buena amistad con ellos, seguimos en contacto, ellos me enseñaron muchas cosas de la cultura de Cuba, sobre la región, la comida, y eso a uno le ayuda a conocer el mundo. Nunca dejaría de venir a mi barrio, pero la verdad no veo el futuro aquí mismo. Yo quiero viajar, vivir en otra ciudad o salir del país”.

A pesar de tener una actitud abierta y hospitalaria, Paola recuerda gratamente la época en la que la Policía cerró la cuadra y desactivaron las ollas de vicio. “Esa fue una buena experiencia porque no había gente ajena del barrio, sino que estábamos solo los que vivíamos ahí en la cuadra. Fueron tres meses de ver sólo a los vecinos. Uno es consciente del barrio en el que vive y de lo que pasa aquí.  Un día yo invité a un amigo a que viniera a la casa y cuando llegó, se sintió raro, le dio miedo, pero ya como viene más seguido se siente más tranquilo, confiado. A veces la gente piensa que porque uno vive por esta zona es ratero o drogadicto, pero cuando lo conocen a uno se dan cuenta de que así no son las cosas. Hay quienes creen que todo el mundo en este sector es malo, y en realidad no, hay gente muy buena que lucha por sus sueños”.

Andrés Mateo Calle Lezcano está en quinto semestre de Ingeniería de Sistemas en el Tecnológico de Antioquia, vive hace más de 15 años en el barrio. Trabaja desde niño, acompañando al papá en largos recorridos, salía de la mano de su padre como quien acompañaba a un héroe. “Siempre he trabajado desde pequeño con mi papá, hemos trabajado en diferentes cosas, por ejemplo, vender tintos o micheladas en el estadio o en los sitios donde hay eventos masivos”.

La presencia vigilante de los padres y la experiencia de ver de cerca personas muy afectadas por el consumo, han hecho que Mateo, con 23 años, tenga claras sus posturas respecto al consumo de droga. “Si a mi me ofrecen una droga, yo me acuerdo de cómo son las personas que consumen, los veo por la calle en muy mal estado, entonces pienso cómo será llegar a eso y definitivamente me abstengo. Además la gente de por acá que está metida en eso también nos aconsejan. Por ejemplo, yo tengo amigos que están en ese proceso, el vicio les ganó, uno ve esas situaciones y de eso también se aprende. Pese a todo, el ambiente de la cuadra, en verdad, me gusta”.

Paradójicamente, la tentación de la droga llega a Mateo en otros sitios, lejos del barrio. “El consumo de drogas se ve en todas partes, uno va a fiestas en otros barrios o en fincas y a uno le ofrecen ese tipo de sustancias, incluso con los traguitos encima, pienso que me da pereza, que no quiero esas cosas en mi vida”.

Las casas de algunos amigos de Mateo son también inquilinatos para quienes requieran vivienda temporal. Esa convivencia tiene su encanto, dice: “Todo eso sirve para conocer más gente, a veces uno piensa que no tiene nada de qué hablar con tal señor o tal señora, pero se hace el tema y se puede formar una amistad. Por ejemplo, en mi casa vive un señor muy viejito, él trabaja y yo me la llevo bien con él. O hasta con el mismo Gallero, él a veces vive en la casa de nosotros y todos nos llevamos bien con él, como si fuera un familiar o un abuelo, o hasta el mismo papá porque siempre da muy buenos consejos, él es de lo mejorcito que conozco en este sector. También recuerdo a doña Lucy, una señora que nos invitó a un grupo para que ayudáramos como voluntarios a la gente. Entonces íbamos donde los indigentes, les dábamos de comer, les conversábamos. Ella también fue una persona muy positiva para mí, nos animaba a hacer cosas por los demás”.

Los bonitos recuerdos o las personas que hay en el barrio, también lo llevan a pensar en un futuro amplio fuera de las calles de Barbacoas. “Vivir aquí ha sido muy importante para formar mi carácter, pero más adelante me quiero ir del barrio. De todas maneras, estar seguro de que mi papá quede bien, que no esté a la deriva, yo se que él de acá no se va a ir, entonces me gustaría regalarle una casa. Yo la verdad no me veo por acá en unos años, quiero volver a visitar el lugar donde crecí, pero me gustaría vivir en otras partes”.

Yohjan Calle Lezcano, de 19 años, es hermano de Mateo. Este joven de actitud tímida y reservada quiere explorar las complejidades de la mente, formándose como psicólogo. Como todos los demás amiguitos del sector, ha crecido viendo la evolución y, a menudo, desaparición de las ollas de vicio. “Cuando era más pequeño y el microtráfico estuvo muy activo, era poco lo que nos dejaban salir a la calle, a mí me controlaban mucho, iba a hacer uno que otro mandado, iba a estudiar y ya, no salía. De todas maneras uno sabe lo que pasa y recibe el reflejo de la drogadicción y de lo que pasa en la vida de una persona con los vicios. Cuando cerraron las ollas de vicio y limpiaron un poquito acá, estuvimos como más tranquilos, creo que eso nos unió mucho, fue una buena época. Yo conservaré siempre las experiencias que he vivido en mi barrio, sin embargo, también me quiero ir, viajar y conocer otras partes”.