Juan Alejandro López

Al profesor Juan Alejandro le gusta mirar cosas, analizar objetos, entender su quehacer o las posibilidades inimaginadas que hay detrás de algo. Aprecia el diseño, especialmente cuando el diseño permite transformar percepciones y realidades.

Juan Alejandro López

Juan Alejandro López 1024 575 BIP Barbacoas

Al profesor Juan Alejandro le gusta mirar cosas, analizar objetos, entender su quehacer o las posibilidades inimaginadas que hay detrás de algo. Aprecia el diseño, especialmente cuando el diseño permite transformar percepciones y realidades. Cuando se convierte en una forma de expresión. 

El poder que hay detrás de todas las cosas

“Yo soy investigador de prácticas creativas relacionadas con el quehacer cotidiano, con el quehacer de los objetos, los mensajes, el vestuario. A mí me interesa mucho ver cómo el diseño permite que se transformen realidades e imaginarios. O cómo el objeto permite que alguien sobreviva en un espacio y no solo que sobreviva, sino que pueda hacer ese espacio suyo e, incluso, transformar lo que significa para los demás. Ese es un interés que comparto con Juan David Manco, Stiven Bohórquez y Andrea Cuenca, que hacen parte de la subdivisión que llamamos grupo creativo del proyecto”.

Mirar, analizar, imaginar, interpretar son verbos que conjuga este investigador de manera meticulosa. Juan Alejandro López Carmona, es diseñador visual y trabaja como docente de la Institución Universitaria Pascual Bravo. Hasta el 2021 fue profesor en la Fundación Universitaria Bellas Artes y fue allí, justamente, de donde partió el proyecto de intervención en Barbacoas, desarrollado en el marco de Investigarte 2.0 de Minciencias. 

¿Se ha establecido a cuántas personas ha impactado este proyecto?

“No tenemos cifras exactas porque es un territorio muy orgánico, si bien puede existir una cifra de un semillero de los chicos de la nueva generación Barbacoas, que aproximadamente son 10 o 12 chicos, también tenemos actividades donde participan cinco personas, o a veces se puede impactar a un gran número de personas de la comunidad cuando se hacen los ejercicios colaborativos como el mural donde participaron muchas personas de forma orgánica”.

¿Qué aportan las expresiones artísticas a una comunidad como la de Barbacoas, cómo cree usted que se puede transformar las dinámicas del sector a partir del arte y la cultura?

“Podemos hablar de transformación a partir de varios niveles. Por ejemplo, hay una diferencia entre la pervivencia y la supervivencia; es decir, el ejercicio creativo de construir objetos utilitarios: construir una pipa para fumar bazuco, una chaza para vender dulces o la confección de la ropa para prostituirse, todo esto implica transformaciones estéticas muy fuertes en el territorio. 

En el caso de la prostitución de las mujeres trans, ellas representan estéticamente el territorio y se vuelven un ‘vector identitario’, es decir, todo el mundo las reconoce como habitantes del lugar; obviamente, desde imaginarios negativos por las dinámicas que hay alrededor de la prostitución trans. Pero las identidades trans que se manifiestan a través del vestido permiten que existan comunidades donde ellas mismas se protegen, o que existan prácticas de confección de ropa para ejercer el trabajo, que existan deseos en muchas de ellas de trascender y dejar la prostitución y en algún momento poderse dedicar al diseño de modas. Ahí estamos hablando de la pervivencia”.

¿De qué manera se puede manifestar eso en la cotidianidad?

“Te voy a contar una anécdota que despertó mi interés. Un día de trabajo de campo pasamos por un lugar de esos donde venden cosas religiosas y esotéricas y vi que tenían estropajo, a mi me gusta tener estropajo en mi casa. Mientras yo estaba comprando, llegó una chica trans muy joven ataviada para trabajar, es decir vestida con su ropa para la seducción. Ella entró al sitio y se compró un crucifijo. En ese momento entendí cómo ese pequeño objeto le permite a ella estar conectada con su fe, un impulso espiritual que no puede alcanzar yendo a la iglesia, porque si va a la Catedral Metropolitana, va a ser rechazada, entonces tiene que buscar otras maneras de acercarse a esa trascendencia religiosa, como comprar un pequeño crucifijo en un espacio religioso. 

Otro ejemplo es el de la elaboración de las chazas para la venta de dulces, una práctica artesanal que puede parecer muy simple porque se trata de poner unas estibas y convertirlas en cajones para que las personas salgan a vender algo en calle, pero resulta que existen diseños preestablecidos, muy versátiles que crea Santiago un joven residente del sector que hace la chaza de acuerdo con la necesidad del cliente”. 

“…Cuando uno llega al lugar, el olor a café es uno de esos vectores identitarios que permite conectarse con el territorio. Pero a la vez, ese olor agradable a café se mezcla con el olor de cacho podrido porque hay un lugar donde procesan ese tipo de materiales, que se suma al olor a bazuco y marihuana, porque obviamente es un lugar de consumo, y entre otros más que hacen parte de esa cartografía de lo que hace la gente con los objetos, con las cosas”.

¿Algo similar a lo que ocurre con los inquilinatos del barrio?

“Si, es la forma como se han transformado las casas donde antes se consumía bazuco, para convertirse en pequeños vecindarios conformados en buena parte por inmigrantes venezolanos. Allí ahora hay varias familias que habitan esos espacios y que sobreviven a partir de prácticas como la gastronomía. Hay puestos de comida donde se pueden conseguir papas rellenas, las 24 horas. Eso activa un espacio de ciudad que en otras ocasiones habría estado deshabitado u ocupado por dinámicas marginales como el consumo de drogas. 

La relación con los objetos está implicada en ese orden, es la posibilidad que le da el ser humano de satisfacer sus necesidades, e incluso, que esa satisfacción le permita trascender; por ejemplo, como lo vemos con la obra de Jorge Alonso Zapata o de Abraxas y muchos otros artistas que habitan ese territorio para pensar en ejercicios creativos. También está la propuesta de La *Danny, quien hace una activación del espacio y se convierte en un vector, de esta manera su representación es un espectáculo a través de su cuerpo, y de todos los objetos que la rodean: la bicicleta, los muñecos, el carrito, el parlante, sus vestidos. Las prácticas que tienen que ver con lo artesanal, el hecho de que exista una fábrica de solteritas en el lugar, o esas fábricas de tinto que funcionan 24 horas donde las personas dejan la cédula y les alquilan el carrito o la canasta con los termos y pueden salir al rebusque del sustento, con un objeto que sale del territorio como es el café”.

¿A eso se refiere cuando habla de vectores identitarios?

“Así es, es un asunto que se vuelve sistémico porque cuando uno llega al lugar, el olor a café es uno de esos vectores identitarios que permite conectarse con el territorio. Pero a la vez, ese olor agradable a café se mezcla con el olor de cacho podrido porque hay un lugar donde procesan ese tipo de materiales, que se suma al olor a bazuco y marihuana, porque obviamente es un lugar de consumo, y entre otros más que hacen parte de esa cartografía de lo que hace la gente con los objetos, con las cosas”.

Barbacoas ha sido objeto de diversas intervenciones, bien sea del Estado, de las autoridades o de proyectos de investigación ¿Qué aporte dejan a la comunidad este tipo de intervenciones? 

“Este es un territorio vibrante que se mueve muchísimo y así como hay gente que ha vivido allá 40, 30 o 10 años y entiende muy bien esos impulsos de transformación, hay quienes llevan solo 6 meses, es un territorio que cambia constantemente. Pero, si se piensa en la generalidad, creo que la población se va volviendo resistente a esas intervenciones, porque ven cómo llega un montón de gente con ánimos paracaidistas a ‘ayudar’, pero luego todo el mundo se va. Eso genera resistencia en poblaciones como la de las mujeres trans, que son como objetos de circo para mucha gente y ellas ya son resistentes a ese tipo de acercamientos. 

Nosotros afortunadamente contamos con el apoyo de Teresita Rivera que ha sido un actor social activo del territorio y eso nos evita caer en la figura del paracaídas, que llega, toma fotos y se va. Gracias a Tere logramos entablar con ellas un diálogo honesto, claro y respetuoso. Por todo lo anterior, es que la población se vuelve resistente y aparecen una serie de iniciativas que constantemente están tratando de desplazarlos o explotarlos para sacar algún provecho; los convierten en cifras o datos, los usan como material para creación o investigación. Es un territorio que ha visto llegar e irse a mucha gente, instituciones e iniciativas, pero que son pocas los que se han quedado y han logrado un impacto positivo en el territorio”.

¿Hay alguna iniciativa que haya logrado un impacto positivo?

“Sí, por ejemplo la casa de la diversidad que está allí hace tiempo y hace cosas importantes, como programas de reivindicación social para personas trans, una población que está creciendo mucho y a la que se suma la problemática de la migración venezolana. Estas mujeres vienen de sufrir abusos en todo su trasegar, vienen sin documentos y llegan a un espacio donde tienen que ‘competir’ con las colombianas, esto genera otras tensiones”. 

¿Qué considera usted que debe quedar como aporte de este proyecto en los habitantes de esta comunidad?

“Nosotros corremos el peligro de hacer una intervención de este tipo (paracaídas), porque somos un agente externo, pero, si somos conscientes de ese riesgo, debemos pensar estratégicamente cómo evitarlo. Algo que nos diferencia a nosotros de las demás intervenciones es que trabajamos con actores que hacen parte activa del territorio como Teresita, Jorge Zapata, el espacio de Divas, Corporación Ítaca, esto nos ayuda a acercarnos sin caer en la exotización del sector. 

También, lo que nosotros estamos haciendo tiene un impacto positivo en el espacio de dos maneras: una, la reivindicación de objetos estéticos del territorio, la creación del mural que ha sido un ejercicio de creación colectiva con la comunidad en el que los habitantes se identifican y se reconocen con los objetos y el entorno ahí pintado. El mural lleva un año de creación y se nota el cuidado y el sentido de pertenencia que despierta en ese entorno tan complejo. Y la otra tiene que ver con el hecho de que las personas se reconozcan en su ejercicio creativo, que sepan que son importantes en el aspecto estético y que le dan identidad del espacio, que es un territorio que, en lugar de generar miedo, puede generar muchas potencialidades”

¿Qué aspecto cree que es importante que el ciudadano del resto de Medellín conozca de Barbacoas? 

“Que este es un espacio diverso, que acoge a muchas poblaciones que no son recibidas en otros lugares. Que es un espacio donde crecen familias y se crían niños. Es un espacio que se presta para la creación, porque al ser una comunidad que debe buscar su propia supervivencia, se dan ejercicios creativos muy interesantes, hay mucha humanidad, manifestada en lo estético, en lo creativo, lo gastronómico, en la mezcla cultural. Ahí uno encuentra licores de origen venezolano, hecho por los inmigrantes, que quieren hacer suyo ese espacio y sentirlo como propio. 

En resumen, creo que es un espacio muy diverso y muy rico, después del miedo uno descubre un mundo de diversidad y de riqueza. Un efecto que buscamos con esto es que Medellín empiece a ver el territorio con otros ojos. La hipótesis de esta investigación nació de la topofobia, al indagar qué lugares de Medellín dan miedo y por qué. Con esa pregunta inicial hicimos una exploración de varios lugares y terminamos en Barbacoas. Construir conocimiento a partir de lo que pasa allí nos da herramientas para salir con el proyecto a nivel internacional, un video, una ponencia, un ejercicio mediático. Contar que, aparte de drogas y prostitución, allá hay gente para la que ese es ‘su barrio’, que hay oferta gastronómica, que hay historias. Ese ejercicio hacia adentro y hacia afuera se vuelve muy importante”.